La democracia fenomenológica.

 

Desde la etimología del concepto fenomenología (que podría ser transliterado como manifestación) hasta su conversión en una de las corrientes filosóficas más debatidas y extrapoladas del ámbito académico, podemos inferir, que el sistema político impuesto en todo Occidente, es un sucedáneo de la intención (este es un término eminentemente fenomenológico) de ciertos ciudadanos de autogobernarse y que para ello, establecieron lo democrático como la relación legítima entre representantes y representados, mediante unas reglas de juego que oscilan entre gradaciones de nociones como igualdad, libertad y derechos. El entramado filosófico en lo que está acendrada esta corriente, es en la relación entre el sujeto y el objeto o la cosa, determinando que nuestras perspectivas existen en cuanto toman contacto con lo dado, y que para una relación más auténtica, precisamos escindirnos de elaboraciones que interfieren la relación primigenia, más pura o intuitiva. En términos políticos, inferimos que la democracia es sola o eminentemente fenomenológica, porque únicamente existe, sólo se da, sólo se cumple (de allí que hemos expresado también de la condición desiderativa de lo democrático) en la vinculación con lo electoral, en la manifestación del voto, en el sucedáneo electoral.  Por esta razón, es que las democracias actuales, en verdad sean el patronazgo de autoritarismos electorales, y que más allá de que prometan, extender esa democratización a otros ámbitos de la comunidad (familia, trabajo, cultura, religión, economía) nunca lo consigue, ni lo conseguirá. Fijémonos, la cuestión en el campo filosófico, acerca de las limitaciones o las complejidades mismas que ofrece para tal campo la fenomenología.

“No queremos saber históricamente de qué se trata en el caso de la orientación filosófica moderna llamada fenomenología. No tratamos de la fenomenología sino de lo que ésta tiene como objeto.” (Heidegger, M. “Problemas fundamentales de la fenomenología”. 1927).

En la arena política, ocurre exactamente lo mismo, en forma calcada, el fenómeno democrático ha sido analizado y  trabajado desde ópticas y perspectivas varias, pero la clave está en encontrar qué es lo que tiene como objeto la democracia en cuanto tal.

Sería harto complejo que podamos realizar una síntesis de la fenomenología o reducirla a una definición que resulte atractiva o al menos sostenible, para las conciencias lectoras (que cada vez son más escasas en proporción al aumento de población) que podrán tener la posibilidad y sobre todo el interés, de traducir para sí y para otros, esto mismo que consideramos un aporte, para entendernos en la actualidad de nuestro mundo que nos encierra en su complejidad de grado y nivel básico e instintivo, del que parece que, muy a nuestro pesar, estaríamos regresando, casi suicidamente (habría que rever la connotación de lo suicida, pues tal vez, esa fuerza aún incompresible que nos estaría arrastrando, a reducirnos a polvo, y que tal vez no sea tan deseada, nos exceda y tenga más que ver con una suerte de destino del que no podríamos desertar, de todas maneras, como se verá esto mismo resulta harina de otro costal).

Recurrimos a los estudiosos de la fenomenología, no como necesidad de fuerza argumental, o por entender que el presente será sopesado con rigor académico o científico, sino simplemente por entender, que una de las razones de nuestras incomprensiones tiene que ver con esto mismo. Con esta suerte de torre de babel, en donde hemos abandonado o la ninguneamos, la sometemos a escarnio y difamación, a la lectura, a la comprensión de lo escrito, como el testimonio del logos o la razón ejercida. Lo que queremos expresar, es que, está suerte de festival vanidoso de la época de la imagen, de la multiplicación al absurdo de lo inexpresivo de una foto o instantánea que encarcela el tiempo y la libertad y que nos conduce a la persecución estúpida, de pulgares arriba (cómo en los tiempos del Imperio Romano, en donde esta gestualidad significaba la vida para el gladiador y el pulgar hacia abajo su muerte) en la cosificación de amasar y acopiar, elementos, efímeros e innecesarios que sólo nos conducen a engolosinar nuestro ego, y cegarnos en la posibilidad de mirar al otro, tiene como elemento primordial, como batalla madre y primigenia, que no leamos, para que no razones y simplemente seamos autómatas; esclavos de nuestros instintos más irracionales y despresurizados de nuestras características humanas más fundamentales (esto se observa claramente en las producciones cinematográficas, que auguran un futuro en donde somos esclavizados, por una inteligencia artificial que creamos para que satisfaga nuestro egolotraismo, al costo de qué dejamos de pensar por el temor de que no se nos garantice que seamos felices mientras lo hacemos).

Leemos y en esa lectura, nos comunicamos con quiénes no están o no conocemos, pero que forman parte de lo humano, y que refieren, en esa comunidad de lenguaje o de comunicación a algo en donde podemos departir, con cierta lógica o sentido común. Dado que se apunta a que esté bien que no se lea, para algunos la palabra “poder” por citar un ejemplo, puede significar golpear a otro, entonces, prescindiendo de las lecturas, dejamos de lado el piso común, cómo para seguir en la comunidad y con ello entendernos y más luego ponernos de acuerdo  (está es una de las razones, por lo que en diferentes países, se habla, de que los ciudadanos no se entienden, están enfrentados o viven en una grieta confrontativa, culpan, erróneamente a políticas agonales que propician esto como método, sin embargo tiene más que ver con el “babelismo” del que referimos anteriormente).

Nuestra lectura fenomenológica nos lleva a lo siguiente: “Sí la fenomenología encontró su propia consigna, entonces ésta consiste en la afirmación muchas veces citada; volvamos a las cosas mismas.” (Waldenfels, B. “De Husserl a Derrida”, Pág 20. Paidos. Barcelona. 1997).

En el campo político, este volver a las cosas, que tendría en su consigna esencial la democracia fenomenológica, tendría que ver con el concepto de la revolución.

“La revolución para Arendt es el evento en el que se capta la magnitud de la capacidad humana para «hacer de nuevo,» que tiene más la connotación de emprender algo que en el sentido estrictamente cronológico: es el poder de la convicción común, cuya clave es el comienzo de «una nueva política.» (Galindo Lara, Claudia; (2005). El concepto de revolución en el pensamiento político de Hannah Arendt. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, XLVIIseptiembre-diciembre, 31-62).

La democracia fenomenológica, o tal como entendemos nosotros la democracia, en su etapa de la que precisa del autoritarismo electoral y en su quietismo o su hesitar desiderativo (en el que nos encontramos en Occidente desde hace tiempo), cumplirá su objeto, su razón de ser, se manifestará como tal, es decir se realiza en su condición de expresión de la fenomenología, cuando se transforme, revolucionariamente, en el comienzo de una nueva política y este será nuestro desafío social, político, cultural, democrático y humano.

 

Deja un comentario