¿Qué se elige en las próximas elecciones?

Las disputas electorales entre candidatos, sea por el debate o por los sloganes que tiran en el éter comunicacional, nunca deben ser entendidas como una posición de “toma y daca” entre sectores de poder, ni siquiera entre oficialismo y oposiciones, tampoco debería entrar en un terreno semejante las cuestiones económicas, mucho menos establecida por burdos tecnicismos que lo que hacen es socavar la autoridad política de los políticos en general. Necesitamos que se nos hable con la claridad meridiana que en 10 líneas cada candidato nos diga que hará, cómo y porqué en los primeros 60 días de posible gobierno. Pero para ello, las reglas de juego, es decir lo democrático, debe ser resignificado o cambiado, de lo contrario, sólo asistiremos a una nueva ceremonia ritual en donde lo que supuestamente elegimos, no pasa de ser un cambio de camisetas para hombres virtuales que no gobernarán para lo que se dicen proponer.

 

No es nuevo pensar que el ser humano, es una fuente inagotable de sorpresas, que va en busca infructuosa de certezas, ante el sinnúmero de caminos misteriosos, que se le abren, producto de su misma condición.

Por ejemplo por más que no lo piensen así, en caso de observar a Jesús no como la imagen de una deidad, sino como un hombre, es bastante llamativo, dado que nunca salió de esa condición divina, sobrenatural, lo que le sucedió a Jesús no fue un suceso que le pudiera ocurrir a un hombre, sino solamente al hijo de dios, como tal  cumplió un mandato paterno, pero no se pudo realizar como hombre. Es decir no se le conoció mujer, no tuvo una familia. Resignó su posibilidad de hombría, por ser el hijo de, por cumplir un mandato paterno.

En esta lucha irrenunciable, quienes tuvimos la oportunidad de alimentarnos estomacal y mentalmente, ya no nos planteamos ni métodos ni formas ni caminos, atacamos incansable e irrefrenablemente con la dignidad zaherida, y con la convicción de los que ya nada tienen por perder, a este monstruo, autoritario devorador y demencial que se presenta como una estructura social invencible e inmodificable en el tiempo.

 

Podrán seguir pasando años sin que nada cambie, sin embargo la tinta derramada, la saliva desperdigada y las gotas de sudor que nuestra tierra asimila, como el humus avarienta, vienen sembrando especies vegetales que por más que no sean observadas por la antediluviana ingeniería comunicacional, se constituirán en frondosos bosques, en amazónicas selvas, que nutrirán los pulmones de nuestros nietos proveyéndoles del verdadero aire libertario.

Uno es producto de su historia, de sus objetivos, de sus virtudes y falencias.

Cuando uno da muerte a algo, o a determinadas situaciones, se tiene que cumplir el rito de enterrar el muerto. En estos casos de entierros conceptuales, la ceremonia no es tan sencilla, como lo puede ser el rendir exequias o sepultar a un ser físico. Dar la despedida final a un comportamiento no adecuado, sea porque es nocivo, impulsado por extraños o patológico, requiere de una solemne madurez emocional. En caso de no poseer el talante que las condiciones exigen, y por tanto no enterrar en forma definitiva, un comportamiento o actitud correspondiente al pasado, invita en forma temeraria, al advenimiento de los fantasmas. Estos, que ni por asomo tienen una connotación ficticia como en las películas, arremeten, de tanto en tanto, en la psiquis de aquellos que se encuentran en pleno proceso de erradicación de comportamientos inadecuados. La peculiar característica de no poseer una entidad, íntegra o real, los convierte en personajes sumamente sorpresivos, que se aprovechan del estado de la cabeza de un sujeto, que no termina de sepultar sus actitudes patológicas.

 

Cómo dice el poeta, para dar inicio a la política que hable de aspectos trascendentes, se deben dejar morir los otros, los intrascendentes.

 

“Mi piel sabe a fracaso, un fluido torrente baña, lastimosas heridas, crueles hendijas, temo por un mañana, imploro por un presente, lunas atestiguarán la rúbrica de pasos mal dados. Caminos ceñirán la desdicha eterna de mi sombra en la tierra, oigo a cada segundo, la voz imponente de mi ignorancia, percibo en cada mirada, la negra luz de lo absurdo. Aguardo, con grandilocuente cobardía, que este cuerpo diga basta, para sellar lo real de esta vida, que jamás llegará a nada. Se había engañado, la habitación estaba vacía, nadie lo había escuchado, lloró desconsoladamente, lágrimas de hiel, nadie pudo establecer cuanto. El cuarto, lentamente se fue inundando, solo semejante cantidad de agua pudo lavar tamaña herida, ahora estaba en completa soledad, ya no aguardaba a nadie. Supo comprender el canto de un pájaro, y con ello vivir sin sobresaltos.

Si algún día sueñas, con hacerte del mundo, si algún día cuentas, con que el azar jugará siempre a tu lado, si algún día piensas que sólo de tu voz, salen sabios vocablos, si algún día sientes, que nada vale más, que tu propio desencanto, si algún día, algo de esto te ocurre, se consciente de tu condición de niño y no apresures el paso, disfruta en transitarlo y prepárate a la vida, que recién estará comenzando”

Ya surgirán las aves alimentadas por el aire libertario del que hablábamos que sean capaces de interpretar lo que acontece, mientras tanto, los mosquitos dados su condición preexistente de larvarios, podrán seguir chupando sangre durante el estío, hasta que las picaduras dejen de ser soportables, y para ello nos convenzamos de la necesidad de eliminarlos.

 

Como uno no surge de un repollo, y a contrario sensu, manifiesta con sinceridad su pensamiento, fundamentado, además, por pensadores que han quedado en los anales de la humanidad, se cita a continuación una de las fuentes de la que se ha nutrido la presente pluma, Aristóteles en su texto Política.

 

“El bien político es lo justo, es decir el bien común; pero a todos les parece que lo justo es una igualdad y hasta cierto punto coinciden con los tratados filosóficos en que se ha precisado sobre las cuestiones de ética (pues dicen que lo justo es algo y para algunos y que debe ser igualdad para los iguales). Mas, de qué es igualdad y de qué desigualdad no hay que pasarlo por alto; pues esto implica una cuestión y una filosofía política.

 

Es posible que alguien afirme que, de acuerdo con la superioridad en un bien cualquiera deben distribuirse desigualmente los cargos, si en las demás cosas los ciudadanos no se diferencian en nada, y son semejantes. Pues los que son diferentes tienen distintos derechos y méritos. Ahora bien, si eso es verdad, el color de la tez, la estatura o cualquier otra excelencia, supondrá para los que aventajen en ellas una superioridad en los derechos políticos. ¿Acaso es superficial este error? Pero es evidente en las demás ciencias y disciplinas: entre flautistas iguales por su arte, no hay que dar la ventaja de las flautas a los de mejor familia (pues no van a tocar por ello mejor); sino al que sobresale en la ejecución, hay que darle la superioridad de los instrumentos”.

 

Es dable destacar que Aristóteles no puede presentarse como candidato en ninguna elección, producto de su milenario deceso, sin embargo, permanece en el tiempo, su pensamiento, sus consideraciones, y por tanto, a través de sus escritos sigue formando una escuela política, para observar los acontecimientos desde una posición.

 

Mientras tanto, la siembra que repara en lo que perdura verdaderamente, tal como lo vimos en el texto de Aristóteles, se encargará de conducirnos en tiempo más o menos, a que nos aboquemos a tratar tal como se merecen los hechos políticos fidedignos. Independientemente de discusiones de supuestos, o de pre-supuestos que no contengan altura política. Por más que ese déficit provenga de quiénes incluso se presentan para ejercer el principal cargo político del país, de una vez, debemos profundizar la inversión de que el ejercicio del poder, tiene que ser desde el ciudadano hacia los políticos y no al revés, ya esperamos demasiado sin que el resultante sea positivo, es hora de salir del paréntesis crítico y demandarles a los políticos el ejercicio político que cada uno de nosotros, sus votantes, podamos o queramos plantearles, desde nuestro poder, que más allá de su tamaño o dimensión no deja de ser un poder considerable o a considerar.

Uno de los legados más preciados de los griegos, de los tantos que la humanidad le debe, es sin duda la instauración de lo que se da en llamar gobierno del pueblo (recordemos que en Grecia existía la esclavitud y no todos los habitantes eran ciudadanos), patraña efectista que perdura, extrañamente en los tiempos actuales, de vacío de ideas, de proyectos y de crisis constantes de legitimidad representativa. Tiempos crispados, o mediatizados, en donde esa idea fuerza, en donde se sostiene lo llamado democrático, no es más que un collage de fotos subidas a una red social, en donde la asistencia a esas reuniones partidarias, se puntea bajo el tilde de quién seguirá o no percibiendo el conchabo estatal, lo volcánico de lo que se expresa no es más que la mirada petulante del líder o en el mejor de los casos de un títere de este, banderas que más que enarbolar consignas o símbolos, cobijan mantos inveterados de sospechas e intrigas palaciegas.

 

Sostener durante siglos que el pueblo gobierna a través de representantes consagrados por voto popular, debe ser una de los engaños mejor construido por las clases dominantes, para tener a gusto y placer el manejo de la cosa pública y del coso del público.

Huelga destacar sin embargo, que nada mejor le ha ocurrido a esta humanidad, a nivel político, que lo que se conoce como democracia, de todas maneras, ello no implica que esta sea perfecta o pasible de críticas que la pongan frente al espejo de su realidad.

Esa imagen que nos devuelve el espejo, acerca de nuestro gobierno del pueblo, al menos en nuestro microcosmos correntino (como para realizar un análisis de una porción de la realidad, un recorte de la generalidad que nos permita extraer conclusiones) es la de una costra negra sobre un blanco mantel, un charco esparcido de liquido bilioso, de dudoso origen, que desentona y también atemoriza. Es que se ha creado, una suerte de casta, de clase, de familia, de grupo sectario o privilegiado, que asume, reiterada y reiterativamente la representantividad. No hablamos de lo que se da en llamar nepotismo o amiguismo, como fenómenos aislados y generados por déspotas de turno, sino como parte integrante de una petición de principios, inherentes a lo democrático, una definición marcada a fuego de que el poder es para pocos, pero que no debe ser reconocido en tal condición, todo lo contrario.

La pobreza, la marginalidad y todo lo que genera la exclusión (falta de educación, problemas con adicciones, etc) vendría a ser como la esclavitud moderna, es decir condición necesaria del gobierno del pueblo, así como los Griegos, idearon la democracia en las polis con ciudadanos con menos de cinco mil habitantes y un sinfín de esclavos, la versión moderna de nuestra democracia, sostiene la esclavitud, con una realidad aún más cruel que la del tipo encadenado y azotado a latigazos, más no así su imagen, a la que nadie presta atención, o a la que ya nos hemos acostumbrado (asentamientos, pisos de tierra, techos abiertos, panzas llenas de aire, mugre en las narices y en los cabellos, pies descalzos y rostros simiescos) a la que cada cierto tiempo, el de las elecciones, aquellos elegidos (los políticos), van, saludan, le llevan un bolso de comida, una ayuda, un beneficio, un instante de ciudadanía, para que en ese breve pasaje humanizante, estos lo convaliden con el voto que les brinda las prerrogativas a los políticos, ya transformados en la casta superior.

No existe, en nuestra modernidad, más que dos clases de hombres, los que tienen y los que no. Los que no son pobres y los que lo son. Ante esta existencia estadística, es muy fácil determinar los parámetros en los que se asienta el límite para  catalogar quiénes son pobres y quiénes no. Organismos internacionales, solventes jurídica y monetariamente, pueden unificar criterios para establecer la suma o la cantidad que precise un ser humano, diaria o mensualmente, para ser o no ser considerado pobre. Esta cuestión metodológica es la más fácil de zanjar, por más que puedan existir varios tecnicismos para ello. Lo radicalmente importante, es considerar que la nueva definición de democracia que proponemos, es que debe tener por finalidad, que menor cantidad de personas, en un determinado tiempo y lugar, deben ser pobres. Esta debe ser la razón de ser, básica, principal y prioritaria de la democracia actual. El eje de su sustentabilidad legítima, debe estar sustanciada en esto mismo. Sí la democracia, bajo esta nueva finalidad y por ende definición, no logra su cometido, pasará a ser otra cosa, por más que se convoquen a elecciones o se mantengan circuitos o instituciones representativas.

La sujeción de lo democrático a la condición en la que este sumido una determinada cantidad de hombres, garantizará que la expectativa que por regla natural es su razón de ser, no sea siempre una abstracción, sino que este supeditada a un resultado, a un determinado logro, concreto y específico.

Como si faltasen razones como para esta resignificación de lo democrático, que la salvara de la inanición a la se encuentra condenada, nada sería más lógico, razonable, y válidamente verosímil que la legitimidad de la democracia, se encuentre acendrada en que representa, prioritariamente no ya partidos u hombres (por otra parte, insustanciales e insulsos) sino que radicara su logos existencial, en modificar la condición en la que habitan sus hombres, no ya como números o discursos, sino como sujetos de carne y hueso, al que no se le siguen conculcando sus derechos universales y elementales. No es nuestra intención avanzar sobre las ciencias jurídicas, pero bien podríamos decir que sí esto no se constituye en la finalidad de lo democrático, no tenemos por qué aceptar que se nos impongan reglas normativas de ningún tipo. Es decir, sí nuestro propio sistema de gobierno, no fija como prioridad, que un determinado número de personas que no se alimenta o se alimenta mal, deje de estar en tal condición, ¿qué sentido tendría respetar una señal de tránsito o la misma disposición de la propiedad privada? (a partir de esta inferencia, se puede analizar el incremento de los delitos contra las personas en nuestras sociedades modernas, es decir cómo se da de hecho lo que expresamos semánticamente).

La nueva representatividad de lo democrático, además estaría sometida, a un resultante concreto, determinado y observable. Ya no sería como lo es, una cuestión hermenéutica. Es decir, el juego dialectico, al que someten al ciudadano, sus representantes, daría por terminado y concluido por su propia y falaz inconsistencia. Ya no estaríamos presos de discursos, de palabras en zigzag y campañas de todo tipo y color, para que les demos la razón a unos y a otros, para que finalmente, todos y ninguno a la vez tenga parte o nada de la misma.

Lo democrático no perdería su razón dinámica de generar expectativas, pero la misma no nadaría en el inmenso océano de la abstracción. Al disponer como eje representativo de lo democrático, como sujeto histórico, a la condición en la que está sumido el hombre, y no a su nominalidad estaríamos logrando una modificación sustancial e inusitada. Sin embargo, todo el andamiaje político continuaría con sus estructuras, sea partidocráticas, representadas por el sujeto político. Que deberán eso sí, plantear a la comunidad que pretenden representar, las formas y maneras, de cómo lograran el cometido que les impele la nueva definición de la democracia, es decir bajo qué proyectos y propuestas, lograrán reducir el número de pobres (tal como eje principal) en sus respectivas comunidades, para subsiguientemente proponer en todos y cada uno de los campos, en que el colectivo ciudadano, vea o considere amenazada, su plan de vida (básicamente sus derechos humanos, a educarse, trabajar, divertirse), sus planteos que serán sometidos a la consideración pública en elecciones, tal como hasta ahora, pero con una modificación nodal y sustancial, que pasaremos a detallar.

Una vez destacado, este principio primero, deberemos trabajar en lo metodológico, como para explicar de qué manera pensamos alcanzar lo propuesto. Que la democracia  defina a su sujeto histórico a partir de su condición y no de su nominalidad o su individualidad, requerirá que esos criterios que se deben aunar para determinar quiénes son pobres y quiénes no, se traduzcan en números concretos y específicos allí en donde se desarrolle. Por tanto, sí en un determinado lugar, la democracia sobre un total de cien pobladores, tiene a veinte sumidos en la pobreza, tendrá como objetivo reducir ese número, en el tiempo de una elección a otra. Para ello proponemos, una reforma electoral, concreta, determinada y específica que dimos en llamar voto compensatorio.

 

 

 

 

 

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